El lamento de la comunidad las Mieles
Las vías a las Mieles en la parroquia El Dorado se encuentra bloqueado por la desolación y la incertidumbre. Los derrumbes han cerrado el paso, convirtiendo el camino que solía ser el puente hacia el progreso en un laberinto de escombros y dificultades. Los árboles, testigos silenciosos del devenir de generaciones, yacen caídos en varios tramos, como monumentos a la fuerza implacable de la naturaleza.
Para los moradores, el simple acto de salir de casa se ha convertido en una odisea, obligándolos a caminar kilómetros para sacar sus productos o en busca de abastecerse.
Pero no son solo los habitantes los que sufren; las consecuencias se extienden más allá. Un ganadero, cuyo compromiso con sus animales es inquebrantable, se encuentra imposibilitado de ingresar a su finca con los productos vitales para el cuidado de sus animales.
Y mientras tanto, la feria, el evento de fin de semana esperado por todos, se acerca rápidamente. Los pobladores, cuyos medios de vida dependen de la venta de sus productos, se ven obligados a contemplar impotentes cómo su posibilidad de llevar pan a la mesa se desvanecen ante sus ojos. La esperanza se desvanece, sustituida por la urgencia y la necesidad desesperada de una solución.
La comunidad se eleva en un clamor unánime hacia el presidente de la parroquia El Dorado. Piden ayuda, imploran por una intervención para que se restaure la movilidad. Es hora de que las autoridades locales, en nombre de la solidaridad y el progreso, se unan a su causa y tomen medidas para despejar el camino hacia la Mieles, donde reside el alma y la fortaleza de una comunidad que se niega a ser derrotada por la adversidad
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